El agua dulce es un bien escaso en el mundo
Ing. Agr. Roberto R. Casas*
Es conocido que el agua es considerada cada vez más como el eje fundamental del desarrollo sustentable y un elemento determinante de la calidad ambiental. A partir de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo en 1972 y en distintos foros internacionales realizados posteriormente, el tema de la evaluación y gestión de los recursos hídricos fue cobrando importancia creciente. Así la declaración de Roma sobre la seguridad alimentaria de 1966, llamó a “combatir las amenazas ambientales a la seguridad alimentaria, sobre todo la sequía y la desertificación, restablecer y rehabilitar la base de recursos naturales, con inclusión del agua y las cuencas hidrográficas en las áreas empobrecidas y excesivamente explotadas a fin de conseguir una mayor producción”.
Uno de los desafíos más significativos que afronta la humanidad es la degradación de los recursos naturales y principalmente la degradación de los suelos cultivados. Alrededor de 2000 millones de hectáreas del planeta están deterioradas en forma irreversible y de las 1700 millones restantes, un 60 por ciento (1000 millones de hectáreas) poseen procesos degradatorios de moderados a graves, que afectan anualmente entre 5 y 7 millones de hectáreas de tierra productiva. No se termina de comprender en su verdadera dimensión que la vida sobre la tierra depende en gran medida de las diferentes funciones cumplidas por la delgada capa del suelo, que asegura la provisión de alimentos, el uso sustentable del agua, la conservación de la biodiversidad y el control del clima global.
El agua dulce es un bien escaso en el mundo y con el incremento demográfico sin duda alguna aumentará la competencia por el uso del agua, lo cual conduce a la necesidad de diseñar estrategias adecuadas de gestión del recurso. Esta gestión deberá garantizar las actividades destinadas a la protección y el buen uso de las aguas de las cuencas hidrográficas, balanceando la provisión de agua para el desarrollo urbano, agropecuario, forestal, industrial y energético. La buena gestión del recurso en definitiva deberá dar sustento a los ecosistemas terrestres y acuáticos que integran y dependen de las diferentes cuencas hidrográficas. La República Argentina posee más de un 75 por ciento de su territorio bajo condiciones áridas y semiáridas y un 95 por ciento de la superficie destinada a la agricultura de secano. Las grandes llanuras productivas de nuestro país son áreas de elevada incertidumbre ambiental, particularmente relacionada con procesos de déficit y excesos hídricos que condicionan la estabilidad de los rendimientos físicos y económicos de las empresas agropecuarias. Esta situación se visualiza claramente ante el avance de la agricultura y la ganadería en ambientes de mayor vulnerabilidad caracterizados por lluvias escasas y gran variabilidad intraanual e interanual de las mismas.
La agricultura y la producción de alimentos están estrechamente vinculadas al agua, y por lo tanto las políticas en estos campos deben estar coordinadas. En esta dirección, las autoridades hídricas deberían participar en forma articulada con otros sectores económicos relacionados con la agricultura. Este diálogo intersectorial es esencial para hacer operativo el concepto de gestión integrada de los recursos hídricos.
* Director del PROSA – FECIC