por Roberto R. Casas (1)
Examinando datos de crecimiento de la población mundial y tierra disponible, se observa que se está produciendo una reducción de la tierra cultivada por habitante. En 1970 había 0,45 hectáreas por habitante mientras que en el 2010, se redujo a 0,20 hectáreas por habitante. Esto representa una reducción de la capacidad biológica del planeta para producción de alimentos.
Los suelos constituyen un insumo básico para sostener la productividad de los agroecosistemas. En nuestro país, aproximadamente un tercio de los suelos productivos sufren procesos de degradación (erosión salinización compactación pérdida de la fertilidad). Un 32% están afectados por erosión hídrica y un 37% por erosión eólica. Debe considerarse que la erosión produce una disminución de los rendimientos entre un 20 y un 50% según el cultivo.
Es necesario armonizar la producción con la conservación del ambiente. Es el conocimiento científico aplicado al manejo de procesos y de insumos, lo que permitirá aumentar la productividad con igual cantidad de recursos, disminuyendo el impacto ambiental. Es lo que se conoce como una “buena agronomía” basada en las buenas prácticas. Se considera que los aumentos de producción deben darse por aumento de los rendimientos sin avanzar sobre nuevas tierras, para lo cual la estrategia debe ser la intensificación de la agricultura basada en tecnologías de procesos (basados en conocimientos) y tecnologías duras. La producción agropecuaria ya no es una actividad privativa del productor: sus decisiones impactan fuera de su propiedad.
Se deben fortalecer las soluciones basadas en la naturaleza para lo cual es necesario incorporar ambientes naturales a las políticas de mitigación del cambio climático, tales como pastizales, humedales y bosques. Ello implica implementar innovaciones tecnológicas tales como la siembra directa, rotaciones intensivas, cultivos de cobertura, ganadería regenerativa, agricultura por ambientes y de precisión, sistemas silvopastoriles, manejo de incendios y reducción de la deforestación. Este último punto resulta vital para la preservación del ambiente, dado la elevada tasa de deforestación registrada en el país durante el último medio siglo, solo morigerada (no detenida) a partir del 2007 por la Ley de Ordenamiento Territorial del Bosque Nativo.
El carbono cobra importancia por su incidencia en el calentamiento y cambio climático global, por lo que debe lograrse que los sistemas antrópicos emitan menos de lo que extraen mediante captura biológica en la tierra y en océanos. En este punto, el rol de pastizales y bosque nativos resulta de importancia fundamental. Las estrategias para la conservación y uso sustentable de los bosques nativos deberían basarse en políticas de incentivo para preservar su funcionalidad (desgravaciones impositivas, mercado del carbono y certificaciones ambientales) e implantación de bosques comerciales mediante una política de incentivos.
Los sistemas productivos de la República Argentina en los últimos años han registrado un cambio hacia una agricultura más intensiva, con mayores rendimientos por unidad de superficie. En forma simultánea la frontera agrícola se ha desplazado hacia zonas más frágiles, tradicionalmente mixtas o ganaderas, en muchos casos ocupadas por bosques nativos. El corrimiento de la frontera agropecuaria, afecta a la actividad ganadera al desplazarla hacia zonas de bosque nativo, donde el manejo de los recursos forestales y pasturiles, es fundamental para la sostenibilidad ambiental y social de los sistemas productivos. La implementación de sistemas silvopastoriles constituye así una alternativa que tiende a optimizar la utilización de los recursos naturales. En los últimos 15 años, los sistemas silvopastoriles están en constante expansión en la Argentina, principalmente con bosques cultivados en Misiones, Corrientes, Neuquén y la zona del Delta Bonaerense del Río Paraná, mientras que su implementación en bosques nativos se concentra en las regiones Patagónica y Chaqueña. Se considera que actualmente alrededor de 7,2 millones de hectáreas de bosques están con manejo silvopastoril. Este sistema permite la intensificación productiva, minimiza los daños a la estructura del bosque nativo y preserva los servicios ecosistémicos.
La sociedad demanda a los territorios algo más que producción: provisión de servicios ecosistémicos y conservación de la biodiversidad. Las causas de pérdida de biodiversidad son la fragmentación y pérdida del hábitat, sobreexplotación de recursos naturales, introducción de especies invasoras exóticas, contaminación de agua y suelo y cambio climático.
La agenda agrícola incorpora creciente preocupación por el componente ambiental. Debe tenerse en cuenta que el nuevo reglamento de la Unión Europea de 2023 establece que la soja, carne vacuna y madera que ingresen a la Unión Europea no pueden provenir de tierras desmontadas posteriormente al 31 de diciembre de 2020, con sistemas de trazabilidad auditable. La política ambiental de la Unión Europea contempla: a) reducir el uso de plaguicidas y fertilizantes; b) promover sistemas mixtos de producción; c) salud animal y manejo extensivo del ganado; d) reforestar áreas agrícolas; e) expandir pastizales y pasturas perennes; f) diversificar cultivos; g) incrementar la diversidad de hábitats; h) incrementar la agricultura orgánica; i) promover la investigación en buenas prácticas agropecuarias. Esta resulta una excelente guía para orientar las políticas agropecuarias de nuestro país en relación al cuidado del ambiente.
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- Se puede obtener mayor información de los distintos aspectos tratados en este artículo, en el libro El Agro y el Ambiente: Politicas y Estrategias (fecic.org.ar)
- Director del Centro para la Promoción de la Conservación del Suelo y del Agua. PROSA – FECIC